8.4.09

Memoria senabresa

Es el olfato. Nuestra memoria está hecha de olores. Llego a Sanabria, suelto las cosas y salgo a andarme el pueblo. Huele a primavera. Camino despacio. Me vuelvo tímido en mi pueblo. Me da apuro encontrarme con gente, sobre todo cuando son grupos de más de cuatro cinco personas. Hay que saludar y uno nunca sabe si está quedando bien o mal con la gente. Hay gente para todo, es cierto, pero en general el personal es amable. También sé que la imagen que desprendo, paseando por el pueblo con un libro en la mano es bastante ambigua: el saber siempre ha sido respetado en los pueblos, pero el carácter despectivo del adjetivo libresco nació en aldeas como la mía. Cae la tarde, cae el sol. Entro en el bar. También tiene sus reglas y yo no siempre he sido capaz de identificarlas bien. Tomamos unas cervezas y estoy atento para saber en qué momento me toca entrar en la ronda. Mañana quiero cortar el césped y hacer algo de bici. Vamos a ver cómo se da el día.

 

PS: Por el día redacto unas páginas tan agitadas como los acontecimientos del día; por la noche, mientras el rugido del cañón lejano muere en mis bosques solitarios, retorno al silencio de los años que duermen en la tumba y a la paz de mis más jóvenes recuerdos.

Chateaubriand, François de: Memorias de ultratumba (Libros XIII-XXIV). Tomo II. Página 1.149.

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