17.2.09

Hubo una vez otro mundo (II)

También fue el mundo de los anarquistas. Bajo sus balas cayeron varios jefes de gobierno y de Estado. Unos hombres que vieron lo que la modernidad traía contra el individuo. Un pensamiento extendido en Francia (Reclus, Grave…), donde sus seguidores pensaban, de manera optimista, que el Estado caería y la fraternidad reinaría entre los hombres. El país galo vivió especialmente el drama del terrorismo anarquista, tan parecido, en ciertos aspectos, al terrorismo islámico de hoy. Ahí estaba Ravachol, cuya muerte lo convirtió en leyenda, o  Vaillant, vuelto de una Argentina en la que no encontró la tierra prometida. La cadena de atentados que sumió a Francia en el caos. También llegaron a los Estados Unidos, especialmente a Chicago, y allí también llego el terror, el caos y la violencia, llegando a acabar con el presidente McKinley,  a España, donde fueron dos anarquistas los asesinos de dos jefes de gobierno, Cánovas y Canalejas, a Rusia, donde acabaron con el zar o a Italia, donde acabaron con el rey Humberto.

Estudiar el caso de los anarquistas a finales del XIX es, también aquí, una doctrina contra fracasólogos. Tampoco en eso éramos diferentes al resto de Europa. Las luchas y atentados anarquistas que se produjeron en la Restauración no eran un síntoma de la podredumbre del sistema, sino parte de una ola que asolaba a Europa.

Ahora sabemos que no había nada científico detrás del anarquismo. La lucha por salir de la miseria empujó a muchos hombres a matar, pensando que con ello cambiarían el mundo. Pero la modernidad ya estaba aquí, y con ella no iban a poder acabar unos hombres imbuidos de una idea, aunque estuvieran armados con pistolas.

PS: “[...] era este el último grito del hombre como individualidad, el último movimiento entre las masas a favor de la libertad personal absoluta, la última esperanza de poder vivir sin trabas, el puñetazo final dirigido contra el Estado dominante, antes de que este, así como los partidos, los sindicatos y las organizaciones, estrechasen su cerco en torno al individuo".
Tuchman, Barbara W.: La torre del orgullo. Península, Barcelona, 2007. Página 128

1 comentario:

Anónimo dijo...

Tuchman era un claro exponente de la derecha racista americana. No me extraña que te guste tanto...