6.6.07

La soledad del exiliado

Acabado ¡Tierra, tierra!, un relato autobiográfico que el húngaro Sándor Márai escribió para relatar los años que van desde el final de la Guerra hasta la imposición de la dictadura comunista en su país. Me gusta el autor y me ha gustado el libro. Aunque se supone que es una segunda parte de las Confesiones de un burgués (en las que el autor relata su infancia y juventud), en realidad este libro se lee perfectamente como una unidad. La llegada de los rusos por el oriente y los últimos vestigios de la resistencia alemana ocupan el primer tercio del libro. Un mundo en ruinas. Hay hambre, miseria y desesperación por doquier. El autor vive refugiado con su familia en un pequeño pueblo. Cada día llegan soldados rusos a los que hay que convencer de que no les queda nada para comer. La tensión de saber si le creerán, de si respetarán a su mujer. La magia que la palabra escritor producía entonces en los soldados soviéticos. También, aquellos soldados maravillados ante el nivel de vida que veían en occidente. Los comisarios políticos en el ejército rojo.

El resto del libro es en realidad la crónica de una muerte anunciada. Los soviéticos estaban en Budapest para quedarse. Quizá aquí aparecen las reflexiones más interesantes del libro. La soledad del idioma húngaro, en medio de un mar eslavo, sajón o latino. El escritor que, en primera instancia, decide no abandonar su país porque su patria en realidad es el idioma. Los primeros arribistas. El progresivo control que los comunistas van adquiriendo en diferentes puestos clave. Los compañeros de viaje. La tela de araña que se va tejiendo. Las tentaciones a los intelectuales para que se sumen al proceso de cambio revolucionario: “le podemos facilitar una casa para usted y su familia, no tendrán que compartir vivienda con la chusma”. Los enemigos del pueblo “el comunismo quiere arrebatarnos nuestra propia individualidad”. Los optimistas: “Occidente no permitirá que cien millones de europeos queden bajo el yugo soviético”. Los resignados: “no se puede hacer una tortilla sin romper los huevos”. Los cínicos: “estamos haciendo al hombre nuevo y es un proceso sin duda doloroso”.

Márai no resistió. Aprovechando un viaje a Suiza en 1948 se exilió. El comunismo prohibió sus obras (estoy tentado de comentar esto, pero como la cultura es patrimonio de la izquierda, paso sobre el tema con elegancia) y Márai, tras vivir en Italia, se exilió en los Estados Unidos. Se convirtió en ciudadano norteamericano, pero la nostalgia no lo abandonó nunca. Siguió escribiendo en húngaro, pese a estar prohibido en su país. Sus obras no serían traducidas al inglés hasta los años noventa.

¿Panorama desolador? Aún falta una última ironía. Fíjense que hijadeputa es la vida cuando quiere. Márai se suicidó. Se pegó un tiro. En febrero de 1989. Cuando faltaban sólo ocho meses para que los comunistas húngaros fueran expulsados del poder por una revuelta popular de personas que pedían pan y libertad.

Tras cuarenta y un años de exilio, a Márai le faltaron ocho meses para poder ver a su tierra libre. Toda una vida de espera, como los protagonistas de una de sus mejores novelas (El último encuentro). Para nada

PS: el perdíu reflexiona sobre su futuro...


3 comentarios:

Anónimo dijo...

"La soledad del idioma húngaro, en medio de un mar eslavo, sajón o latino"
El único problema es que los húngaros trataron de imponer su idioma a los otros (eslovacos entre ellos) durante la llamada "magiarización" del siglo XIX, cuando El Imperio Austro-Húngaro se dividió en dos y comenzó a resquebrajarse.

En regiones del sur de Eslovaquia se puede estudiar en la escuela el idioma hoy en día, y lo hablan por la calle (lo he oído).

Por supuesto, si lees historia en páginas húngaras, ellos hablan de la agresión rumana, de la gran Hungría (Hungría+Eslovaquia+Transilvania rumana+...), etc, aún hoy en día hay grandes problemas con eso.

Además creo que él gobierno húngaro llegó a ser aliado de los nazis.

Por descontado que no justifico la repugnante dictadura comunista, pero la historia (apasionante) de Centroeuropa (para nosotros "el este") es harto compleja.

Saludos.

Anónimo dijo...

Una muestra:

“El ser humano no solamente actúa, habla, piensa y sueña a lo largo de su vida, sino que también calla: durante toda nuestra vida callamos sobre quiénes somos, sobre ese ser que sólo nosotros conocemos y que no podemos revelar a nadie. Sin embargo, sabemos que el ser sobre quien callamos representa la verdad: ese ser somos nosotros mismos, y callamos sobre nosotros mismos.

Pero, ¿por qué callamos tan ansiosos y tan rígidos? Malraux escribe en uno de sus libros – publicado en la época en que ya no era el “escritor favorito en la corte de De Gaulle, Su Majestad parvenu” – que el ser humano se muestra propenso a pensar, durante toda su vida, que guarda en su interior algún “gran secreto”. Sin embargo, ésta es una gran equivocación: el ser humano no es “el Polo Norte, lo Secreto, lo Extraño”, como afirmaba Ady, lamentándose, sino un puñado sucio o un montón miserable de secretos insignificantes. El ser humano intenta, durante toda su vida, salvaguardar y mantener en su interior esos secretos insignificantes, con un sentimiento de devoción fervorosa, crispada y demente, sin que ello tenga sentido alguno, puesto que acaba por descubrirse, - en el momento de la muerte o incluso antes – que no había ningún gran secreto. Tan solo teníamos secretos insignificantes, unos residuos que hubiésemos podido mostrar a los demás y que no valía la pena esconder. Los secretos de nuestro papel. Los secretos de la ambición, de la envidia, de la familia. Los secretos de la sexualidad…en su “forma proteica”, como dirían lo psicoanalistas, esos talmudistas del bajo vientre. ¿Valía la pena mantener todo eso en secreto?

Yo creía que, en medio de la Historia con mayúscula, había quedado aniquilada la caricatura deforme que yo había sido. Ese ser deforme que yo había tenido que asumir, puesto que en realidad mi propia caricatura también había sido yo mismo. La caricatura escondía a la persona que no podía o no se atrevía a mostrarse, puesto que uno no es solamente aquel que es, sino también su propia caricatura, invariablemente: La caricatura no es divertida ni serena, sino amarga cruel y vengativa. Yo creía que se había aniquilado en mí el escritor burgués, el escritor urbano o el dandy… No podía negar que era además la persona que la caricatura representaba. No me sentía capaz de demostrar que detrás de la imagen distorsionada existía otra que no tenía nada que ver con el dandy o con el escritor burgués, con el neurótico cazador de experiencias, con el vividor que escribe libros, obras de teatro, artículos de prensa, como si participara en una competición, con el vagabundo maniático… Deseaba actuar como los niños que juegan al escondite y de repente gritan “ya no vale, ya no sigo jugando”…Pero no podía, porque era “esto” y “también lo otro”…Por un momento (claro, por un momento denominado histórico) creí que había sido aniquilado ese malentendido personal, esa caricatura. Y que por fin podía ser quien era.

Eso creí por un momento. Fue un momento bellísimo, inolvidable…Como cualquier momento en el que uno miente con un alivio total y con absoluta sinceridad, a sí mismo o a otra persona. Entonces aún no sabía que uno nunca se libra totalmente del malentendido que se forma acerca de su persona, que no puede librarse de ello porque el malentendido también contiene elementos de verdad, y la caricatura que el mundo le pone como espejo es, a un tiempo, él y el otro que ha estado tratando de disimular durante su vida. “

Un país en ruinas catartiza al más pintado.

El Perdíu dijo...

anónimo primero, no discuto el expansionismo húngaro. en realidad, el gran drama de europa central y oriental es que todos los países tuvieron momentos de expansión que luego no han parado de reclamar. Pero eso no quita para que, efectivamente, el húngaro sea un idioma sin parentesco entre sus vecinos, que es en lo que insiste el autor...