20.4.07

La oración del poeta (20 de abril de 1907)

Señor, dame para descansar una casa tranquila. Mi cerebro ha trabajado mucho; mis nervios están agotados, deshechos; no tengo ya, Señor, ilusiones de nada. En las ciudades que visito, en el campo, no me interesan ya ni los monumentos, ni los paisajes; siento un terror profundo, íntimo, ante los hombres que me rodean. He recibido mucho daño en la vida; he gustado el amargor de la insidia; he soportado la necedad del elogio exagerado, inconsciente; he visto cómo los más sutiles matices de mis versos eran desconocidos y cómo las cosas más toscas, más llamativas eran aplaudidas. Señor, tengo un profundo cansancio en mi espíritu. No deseo ya conocer a nadie; no quiero estrechar nuevas manos; cuando por acaso en el trato social me encuentro con alguien a quien he de sonreír, apenas sí en mis labios puede aparecer una sonrisa triste.

Señor, todo me parece ya locura, vanidad. Como vemos en nuestra juventud las apariencias de las cosas; como entonces atisbamos sólo el brillo y el calor de las acciones humanas, ahora veo lo de dentro, ahora advierto cómo todos somos locos en este mundo, de qué manera las cosas que perseguimos son tan falaces, tan deleznables, y qué clase y número de desatinos, enormidades y ridiculeces hacemos por ellas. Señor, ¿qué es la gloria? Señor, ¿para qué quiere escribir este pobre poeta sus versos? ¿Para qué estampa todos los días su nombre en esta hoja ese pobre periodista? Y ese político, ¿para qué arenga a las masas?

Dame, Señor, una casa tranquila y en el campo. Yo quiero tener en ella unos pocos árboles verdes; si esta casa da al mar, yo comprenderé mejor a cada momento la inmensidad del infinito. Yo quiero tener también en esta casa un buen perro que se ponga a mi lado y que me mire silencioso con sus ojos de amor. Yo quiero ver todas las mañanas cómo las puntas de las lejanas montañas se ponen de color de rosa; yo quiero ver por las noches las luces misteriosas de las estrellas. Y así, Señor, deseo pasar el resto de mis días: olvidado de todos, oscurecido, sin que nadie me nombre, sin que nadie me escriba.

Señor, dame un momento de reposo: tengo en mi espíritu un profundo cansancio.

Azorín, (ABC, 20 de abril de 1907)

2 comentarios:

Baba O'Riley dijo...

Pesaroso Perdiu.
Un tanto góticos los comentarios y con raíces rayando el desencanto, aunque terriblemente expresivo.
Es curioso observar como hace 100 años, los estados de ánimo resultantes de la interacción social, no diferían en exceso de los actuales.

El Perdíu dijo...

Lo más interesante es que cuando Azorín lo escribío, no era ningún anciona; tenía sólo 34 años.
Desde que lo leí por primera vez me gustó. Acabar uno sus días en una casa tranquila, olvidado de todos...