31.8.06

Miércoles, 9 de agosto

El camino es largo y las carreteras no están siendo buenas. Quizá esa es la única pega real del viaje. Tardamos en llegar, pese al madrugón, a Baia Mare. Todo son ruinas industriales. Llueve. Las carreteras están en obras.
Llegamos a Cluj Napoca, también otra vieja ciudad sajona. Paseo por la ciudad y almuerzo en el hotel. Visitamos el Museo Nacional de Arte. Varios autores nos llaman la atención: Elena Popea, Theodor Pallady, Aurel Popp, Sabin Popp y, por supuesto, Grigorescu. A la tarde llueve a mares. El agua nos persigue. Nos alojamos en Sic e intentamos llegar por una ruta alternativa pero vemos que los caminos que llegan al pueblo no están asfaltados. Nos extrañamos. Al final optamos por el camino ortodoxo, vía Gehrl.
Sic es toda una sorpresa. Un pueblo húngaro rodeado de pueblos rumanos. Por eso las carreteras estaban sin asfaltar. Nos acoge en su casa, todo amabilidad, Klari, con sus dos hijos, Sandor hijo y Koto. El padre, Sandor, llega más tarde. El niño, de unos dos años, es absolutamente estepario. La cara que uno esperaría encontrarse en Uzbequistán o en Tayiquistán. Todos los libros de la casa están en húngaro. Los niños aprenden rumano como una lengua extranjera. Estamos en casa de nacionalistas. Le preguntamos y Klari, hermosa y amable mujer, se lanza a contarnos. Sec es un pueblo de apenas 3.000 habitantes, todos húngaros. Endogamia brutal. Hasta hace pocos años, iban siempre vestidas con el traje tradicional. Ella también hace artesanía, e insiste en que Jimena se pruebe el vestido típico del pueblo. La visten. También hay un baile típico. Cuando llega el marido, cenamos, con vino húngaro, e insisten en que los acompañemos a un salón comunal donde están ensayando en baile que, nos aseguran, sólo se practica en el pueblo. Muchos niños, pero los sospecho ya más interesados en la música norteamericana que en el baile de Sic.
La identidad como una cárcel.

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